
Nadie los vio, a nadie azotaron, pero aquellos que escucharon sus voces no toleran siquiera las melodías de las canciones viejas.
No pretendo hacer historia ni descubrir las viejas minas de azogue de Tepecoacuilco. Lo mío es sólo víscera: el recuerdo de las canciones de mi viejo, la lluvia del verano que empapaba los adobes y sacudía las tejas, la voz quebrada de mi abuelo que repetía el golpe de la lejana voz de su padre... Ya no hay oro y mucho menos cristal, pero puedo intentar, Tepecoacuilco, volver a empedrar tus calles: esta vez de movimiento, antes de que el sismo termine por derribar tu parroquia.
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