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miércoles, 1 de octubre de 2008
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No pretendo hacer historia ni descubrir las viejas minas de azogue de Tepecoacuilco. Lo mío es sólo víscera: el recuerdo de las canciones de mi viejo, la lluvia del verano que empapaba los adobes y sacudía las tejas, la voz quebrada de mi abuelo que repetía el golpe de la lejana voz de su padre... Ya no hay oro y mucho menos cristal, pero puedo intentar, Tepecoacuilco, volver a empedrar tus calles: esta vez de movimiento, antes de que el sismo termine por derribar tu parroquia.
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