
Cuando Cristo sube a la cruz, todos permanecen en silencio. El rayo de mediodía en Tepecoacuilco cala más que nunca en la primera luna de primavera.
No pretendo hacer historia ni descubrir las viejas minas de azogue de Tepecoacuilco. Lo mío es sólo víscera: el recuerdo de las canciones de mi viejo, la lluvia del verano que empapaba los adobes y sacudía las tejas, la voz quebrada de mi abuelo que repetía el golpe de la lejana voz de su padre... Ya no hay oro y mucho menos cristal, pero puedo intentar, Tepecoacuilco, volver a empedrar tus calles: esta vez de movimiento, antes de que el sismo termine por derribar tu parroquia.